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jueves, 3 de octubre de 2013

Tuya Esther (apasionante como la vida misma) (I)


Para P. que tanto disfruta esta historia.

Tuya Esther es el título de una de las tantas novelas radiales que he escrito a lo largo de mi existencia, pero no es una más, sino que nace de una solicitud que se me hizo por parte de la dirección de la emisora (Radio Cadena Agramonte) y de uno de los tantos departamentos del Partido Provincial para enfrentar a una enemiga brutal: Esmeralda. Me dije que a una mujer hay que enfrentarla con otra mujer, y que por tanto mi novela tenía que tener un nombre femenino y el que me vino a la mente fue Esther; también me dije que no era cuestión de ponerle el nombre a solas sino que había la necesidad de otra palabra, incluso que tuviera una connotación sensual y se me ocurre el posesivo "tuya" o sea: te pertenezco, firmado Esther, simplemente. La historia no la recuerdo, pero sí muy claro lo que la motivó, lo que hizo despertar en mi el argumento de una de mis novelas más escuchadas y que aún hoy día, haya personas que la recuerden después de casi 30 años, justamente en el año 1985, año en que al gobierno norteamericano se le ocurrió comenzar con un programa radial de servicios para Cuba con el nombre de alguien tan socorrido, para todo el mundo, como el poeta José Martí Pérez y el mismo día de su salida al aire transmitiera el primer capítulo de una novela de la más triunfadora de las autoras, como rezaba la presentación: Delia Fiallo, una escritora que trabajó, según me dijeron, en Radio Progreso y creo que en la televisión en tiempos del capitalismo.

La cuestión es que Esmeralda, apasionante como la vida misma, se comenzó a oir desde su primer capítulo y logró un furor de audiencia solo comparable, si no fue más que el que despertó El Derecho de Nacer de Félix B. Caignet a finales de la década del cincuenta en el siglo veinte. Era algo muy curioso porque se hizo una especie de mitología con la novela, al punto que, se dice, los alumnos universitarios entraban a los turnos de clase con radios portátiles soviéticos para oir el capítulo del día y hasta en los hospitales, de eso fui testigo ocular y presencial con una novela posterior de esa misma emisora; La Pasión de Silvia Eugenia: las enfermeras se encerraban en los llamados cuarticos de enfermeras a escuchar de manera casi desfachatada la novela. Con Esmeralda sucedió un fenómeno sin precedentes y era que uno iba bajando por la calle San Isidro, por ejemplo, hasta Bembeta procediendo de la calle Cisneros y a todo lo largo del recorrido ibas oyendo el capítulo que se escuchaba en la mayoría de las casas. Así fue. Ni más ni menos. Por lo tanto entra entonces la situación que hay que combatir al enemigo con sus propias armas y se le ocurre a alguien hacer hacer una novela que saliera en el mismo horario y que fuera tanto o más tentadora que Esmeralda y fui escogido, bendito sea Dios, para enfrentar a la más triunfadora y yo estaba haciéndome agua los sesos para encontrar o inventar o lograr una historia enjundiosa y lo suficientemente atractiva con todos los ganchos posibles para despertar el interés en el oyente y ganarle, ahora sí, una verdadera batalla ideológica al imperialismo.

Hay cosas que no tienen ni pies ni cabeza y aunque yo andaba muy ufano con el hecho de que me hubieran escogido para tamaña hazaña, había una espina clavada en lo más profundo de mis entrañas, que me provocaba algo de dolor al respirar y era que sabía, viviendo en el país del disparate, que lo disparatado estaba por llegar; que sí, que estaba muy bien eso de enfrentar a la triunfadora, que era una maravilla luchar a brazo partido con Esmeralda ciega, con Marcos Malabé, con Juan Pablo y con la tal Dominga que armó todo ese enredillo, pero que algo tendría que salir, que como todo, una sombra volaría, empañaría mis mejores intenciones de combatir en buena lid al enemigo en el famoso campo de batalla de la competencia radial. De todos modos yo tenía que registrar en lo más profundo de mis ideas para batallar con las incalculables peripecias que protagonizaba Esmeralda y, cuando me entero de que fue algo de furor en su primera transmisión creo que en la radio venezolana, fue cuando me entró la furia por meterle mano a la guerra y salir airoso porque yo estaba, como todo vanidoso y pagado de si mismo, seguro de que iba a ripiar a golpe limpio a aquella enemiga solapada, taimada, que día a día a la misma hora se dedicaba a visitar a mis vecinos y más allegados amigos con la consabida historia de niños cambiados, ese llevado y traído de que este no es hijo de estos sino de estos otros y despertar la terrible sospecha de que, dos personas que se aman hasta el frenesí, puede que sean hijos del mismo padre: el incesto gravitando como una espada de palabras y enredos que van más allá de lo imaginable para que los oyentes digan:  ¡Ay, Dios mío, eso no puede ser!¿Como es posible que sean hermanos?¡Es horrible, ellos no lo saben! Pero de todos modos eso es el incesto, el peor de los pecados y allá te va con conjeturas, definiciones, conclusiones a priori y la triunfadora, y ya en este caso el triunfador que no es otro que yo, armando la historia de Tuya Esther que estaba plagada de tarros, metedura de patas, malas madres, hijos despreocupados, relaciones de negros y blancas y padres oponiéndose, pero el amor triunfando, y vete a ver que cantidad de disparates que tenían que parecer reales, al punto de que el éxito de la novela, me parece que radicaba en el triunfo de una mujer que por su amor sacrifica en vehemente deseo de su madre de irse a Estados Unidos, y se opone a la autora de sus días logrando quedarse en Cuba al lado de su hombre, el que llegó tarde a su vida, pero llegó al fin y a la postre.

continuará...





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